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viernes, 14 de octubre de 2016

Corazón de torero


     
     El pequeño Adrián dice que sueña con ser torero.
     El pequeño Adrián dice que quiere torear. 
     El pequeño Adrián, en su pequeña cabeza, se ve matando toros... y dice que le gusta. 
     
     Imagino que al pequeño Adrián también le gusta: montar en bici, jugar al fútbol, coleccionar cromos, cazar pokemons, toquetear el móvil de papá, correr como loco con sus amigos imaginando, también, que es un indio o un vaquero, ahora seguro, un personaje de fantasía de un mundo irreal; seguro que al pequeño Adrián le gusta leer, imaginar que es Harry Potter o un lobo mutante que seduce a las chicas de su colegio. 
     Antes de desear ser torero, seguro que soñó con ser astronauta, veterinario, futbolista famoso o actor de series. Seguro que ha fantaseado con conocer a Ronaldo, Messi o Griezman. 
     El pequeño Adrián, como niño que es, ha imaginado en su cabeza, y luego expresado, miles y miles de cosas. Pero por desgracia al pequeño Adrián solo le escucharon cuando dijo que lo de torero... le molaba más. 
     Y fue entonces, y no antes, cuando esta sociedad se puso manos a la obra para hacer cumplir sus sueños. Los medios de comunicación se volcaron, los empresarios del mundo del toro se volcaron, los toreros se volcaron, las redes se volcaron... ¡¡¡Je suis Adrián!!!, todos éramos, sin saber por qué, el pequeño Adrián. 
     Salía en TV, recorría los cosos taurinos, era vitoreado, agasajado por sus defensores. Portaba, como trofeos, las orejas aún calientes que antes le brindaron, al igual que el rabo y hasta el toro entero. Le coronaron con el sombrero cordobés, con la montera, con el paseillo en su honor. Se mezclaba con sus gentes, esas de aspecto rancio, olor a colonia a granel, gomina de bote y farias en la mano. Recorría los burladeros, chiqueros y demás entresijos del templo taurino, lo hacía al compás de un pasodoble, del olor a toril, a cuadra y a boñiga de mula. 
     "Adrián es un niño, pero su corazón es torero" sentenció un avezado maestro.
     
     Ay¡¡ Pequeño Adrián, que suerte has tenido en esta vida. Con tan solo 8 años y ya tus sueños casi hechos realidad. ¿Por una sociedad que despertó de esa morriña de odio?, ¿Por un puñado de gente que de la noche a la mañana amaneció generosa, altruista, filantrópica perdida?, ¿Porque el género humano, y más el pueblo español, decidió que era hora de ayudarnos los unos a los otros, de repartir la riqueza, de construir juntos los sueños? No, pequeño Adrián, no ha sido por nada de eso. La culpa la tuvo, y a ella solo se lo debes, una pobre muchacha con escasa moral, probablemente pocas dotes culturales y nula capacidad de empatía, acompañado de un odio desmesurado y canalizado en la libertad facilona que dan las redes sociales; que te deseó, como quien no quiere la cosa, que te murieras, que lo hicieras ¡¡ya!!, rápido, no sea que tus sueños se cumplieran y en ese afán inconsciente, que solo un niño tiene, empezaras a matar toros indefensos, y ella, esta pobre muchacha en ese afán inconsciente, que sólo un perturbado tiene, prefiriera tu muerte antes que la del toro imaginario que entra al trapo del capote de tus sueños. 
     Ay¡¡ pequeño Adrián, cómo explicarle a esta buena moza que no se evita la muerte con más muerte, que no se educa a los niños en el respeto a los animales con tanto odio, y como hacerla entender que un animalista o un antitaurino no es nada de eso que ella propaga vomitivamente por las redes sociales. 
     Ay¡¡ pequeño Adrián, ojala ella tuviera la claridad de ideas que tú tienes, aunque estén equivocadas, ojala fuera de frente como tú, aunque el camino sea erróneo... ojala tuviera solo 8 años, para que esta sociedad le perdonara y consintiera los desmanes verbales que cometió.

     Pero... por qué ocurrió todo esto? ¿Por qué decidieron ayudarte a "torear" y no antes?, cuando querías ser otra cosa, ¿por qué no te llevaron al Bernabéu a ver a jugar a Cristiano?  
     Te sacaré de la duda: Por vergüenza.
   
     Y no, no la vergüenza de unos padres que crían a su hijo en un entorno... hostil y poco apropiado para un niño. Unos padres que no inculcan a su hijo el respeto hacia los animales. Unos padres que, todavía en esta época, meten la denostada fiesta nacional por los ojos a un pobre niño que debiera estar o estudiando o jugando a inocentes juegos. Unos padres que por hacerle feliz y no saber decirle ¡no!, alimentaron un deseo impropio en un niño de 8 años.

     Pero no es esa vergüenza, no, ni la de la loca del twitter o del facebook, que en su desesperación por llamar la atención y envalentonada por los comentarios anteriores de otros que como ella desearon la muerte de otro que pasaba por allí, se armó de odio y miseria y salió con esa pata de cabra.

     No, pequeño Adrián, la autentica vergüenza está en los medios de comunicación.  Esos que cogieron a un niño anónimo e inocente y a una chica anónima y vehemente y lo hicieron noticia y posteriormente viral. ¿Por qué? Por política Adrián, por política, siempre es política. 
     Te usaron de señuelo, como cebo. Te llevarán a los altares y, casi por esa incomprensible actitud de manipulación, tocarás tu sueño con las manos, y justo cuando estés a punto de cogerlo, te bajarán a empujones del mismo porque ya no serás noticia, ya no robarás más votos, ya no llenarás más espacios de legislatura estéril. Serás un muñeco roto, otro juguete más destrozado de este sistema mediático. 
     Lo tenías todo, pensaron, y en la noticia aparecía la palabra clave: Matador de toros. Solo faltaba que alguien mordiera el anzuelo y... ¡¡Voila!! el ataque a la izquierda cobraba vida. 
     Les importa una mierda lo que quieras ser; a ellos y a los que ahora te adoran, te protegen y se hacen selfies contigo. Les importa poco o nada tus gustos, sueños o actividades. Solo les importa, y tampoco mucho, que alguien, al cual se le pueda relacionar con la izquierda, te haya deseado la muerte. Te explotarán a ti y a ella, lo sacarán de contexto, harán demagogia de nivel máximo, exprimiran tu inocente imagen e incluso no te extrañe que se aniquile algún astado en tu nombre o por tu causa, pero creeme Adrián, ni tú, ni los toros, ni el odio de tu apoderada les importa nada.

     Y la vergüenza de las vergüenzas, esa que rechina en lo más hondo del ser humano, es que lo hagan a sabiendas de tu injusta e inoportuna enfermedad. Que mezclen en el saco más inmundo y miserable posible: a un niño de 8 años, una enfermedad que te acecha inexorablemente y un deseo mezquino y cobarde de una innombrable. Y todo ello lo hagan por unos putos votos en contra. 

     Jamás se vio en este país una forma tan fascista de anular a un rival en la lucha por el poder.