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domingo, 4 de agosto de 2013

La pandilla Canina



     La voz hermética, enlatada de la estación anuncia la siguiente parada: "Alcalá de Henares", insiste, "Alcalá de Henares", en ese instante un tren de cercanías se aproxima al andén, lo hace lento, pausado... con temor tal vez. El recuerdo de días antes todavía nubla su alargada experiencia y hace mella en su bagaje profesional. Fue un caso aislado, lo sabe, aun así, al conductor le produce dudas y desconfianza, por eso cuando se acerca a la estación de la Garena su velocidad no alcanza ni siquiera los 40 kilómetros hora, una velocidad más digna de un perro que de un tren....

     Un palo sobrevuela, un perro jadeante lo sigue, la desesperación que muestra su cara más pareciera que huyera del mismísimo diablo que de un entretenido juego se tratase. Tras él una horda de perros de todos los tamaños y tipos de razas le siguen, de ahí la comprensible angustia con la que el pequeño Bulldog Francés corre, quieren la misma recompensa: un seco, lamido y mordisqueado palo que merodea por la zona desde comienzos de verano.
     Suben laderas, pisotean el césped, se embadurnan en tierra después, claro, de haberse dado un pequeño chapuzón en un asqueroso charco estancado, que es el terror de todos los dueños. 
     Un Pastor Alemán, uno de los más viejos, contempla tranquilamente cómo el tren parte de nuevo de la estación, le sigue con su mirada incluso cuando se aleja, lo sigue visualmente tras la valla que separa su zona de recreo con el mundo civil, la zona hostil para ellos. De la valla divisoria crecen unas enredaderas que la cubren casi en su totalidad, y debajo, es donde se esconden las otras participantes del engranaje que forma esa cadena de desenfreno animal: las ratas. 
     Ellas no las han visto aún, están absortas dando de beber a sus "niñas", a sus pequeños cachorros. Desenfundan con entusiasmo, hasta con ilusión diría yo, las botellas de agua especiales para perros; las hay de todos los colores, de todos los formatos y mecanismos, al final el mismo objetivo: saciar la sed de los más pequeños, de aquellos que abandonan su juego y se refugian en el regazo para demandar un poco de cariño, de paz.... de agua. Todos meten el hocico en el de todos, comparten hasta la última gota, la última baba, no son egoístas, ésta es una característica que no cabe en su personalidad.
     Cuando una de ellas levanta la mirada para dar una golosina a su mascota la ve, la asquerosa rata se dirige hacía allí. En esos momentos una algarabía cubre todo el entorno: recogen correas, bolsos, botellas, móviles; alguna se deja hasta el tabaco, les da igual, su meta es huir de allí lo más rápido y lejos posible. Los perros parecen no darse cuenta del "eminente" peligro que les acecha, por eso el más diminuto de todos sigue montando a una perrilla que pasaba por ahí, el Boxer gigante continúa velando al pequeño, la pareja de de Bulldogs Franceses siguen esprintando en paralelo, el moteado Braco, con su desgastado collar, corretea en círculos machacando con soniquete su pelota infantil, la peluda Terrier se esconde cuando a lo lejos ve a su Némesis, ella no teme a ratoncillos, al fin y al cabo su raza es especialista en cazar y codearse con estos "malditos roedores" , ella lo que teme es a la enorme sombra que se cierne sobre la zona: el Terranova se aproxima, el espacio se comprime considerablemente, la gravedad que desprende el perro oso convierte a los demás en meros perros satélites, cuyas estrellas más lejanas son, cómo no, los desobedientes Beeagles.  

     La tarde cae. La noche se cierne sobre la pradera canina. Por el camino, una recortada imagen muestra al otro longevo Pastor Alemán, lo guía una simpática niña, tan alegre y cariñosa como el perro que la custodia. Es la señal de que el fin del recreo llega, es hora de recoger a los cachorros y poner rumbo a casa. Aun así, todavía se entretendrán un poco más por el camino, se gruñirán otro poco, correrán nuevamente, pedirán, como si de niños se tratase, cinco minutos más. Para al final, en el punto de separación, dedicarse sus últimos besitos y húmedos lametones. 

     Giran los cuellos buscando a sus inseparables amigos, parecen hasta tristes, alguno se resiste. Al final ceden. Olvidan el momento y ya solo esperan a que llegue el día siguiente, la próxima cita, esa donde se decidirá quien se queda definitivamente con el preciado y chupado palo.

     Será otro día, en otra jornada de picnic perruno. Otro momento donde, nuevamente, la pandilla canina retorne al lugar.

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