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martes, 15 de enero de 2013

CRISTALES ROTOS


     ¿Qué se ve desde los edificios más altos?, esos que decoran el horizonte de las grandes ciudades, esos que tienen enormes antenas de importantes compañías en sus azoteas, esos que, incluso, poseen helipuerto propio. 
     ¿Qué se ve desde los de enfrente? Sólo a estos otros, o, algo más... Se ve: Enormes moles de ladrillo y acero, que se cubren con un manto exagerado de ventanas y cristales. Que se visten por la noche con un elegante vestido de luces, decenas, miles de estas, que inundan sus fachadas y les da otro sentido. Una cortina que corre hacia abajo desesperada por llegar al suelo e integrarse en ese mar de millones de puntos luminosos que nadie sabe qué son, nadie sabe a quién pertenecen y nadie sabe qué esconden detrás. 
     Vidas. Historias. Cada una distinta a la otra. Cada una con un montón de cosas que contar. Ventanas iluminadas que tienen algo que decir, algo que narrar, porque en cada una de ellas hay un sueño que cumplir, un reto que cubrir, una fantasía en la que creer, una ilusión por la que vivir, una vida por recorrer, y desgraciadamente, trozos, retazos del pasado que hay que recomponer, objetivos truncados que hay que olvidar, y muchos, muchos cristales rotos.

     
      No es fácil borrar el pasado, quitar de un plumazo un recuerdo reciente, más si en este, has puesto mucho de ti. Es difícil convivir con un continuo bombardeo de escenas que se proyectan en tu mente, y que se componen mágicamente para formar una pequeña película. Uno de esos pequeños cortos que te acompañan el resto de tu vida. Diminutos archivos que llenan tu memoria y que sin saber por qué, te sobrevienen de manera espontanea. Algunas veces es un sonido, otras un olor, a veces una canción, una imagen, un gesto.... una mirada la que pulsa el play de tu reproductor y visualizas sin más el film que habías guardado y que creías no volver a ver.
     Te quedas ido. Estás nuevamente allí, reviviendo todo aquello otra vez. En ocasiones tus sentidos reverberan las sensaciones hasta ser capaz de tocarlas, olerlas, oírlas... verlas de nuevo. No quieres despertar de ese momento onírico, de ese ratito límbico, no quieres dejarlo, de abandonar otra vez ese tiempo en ese espacio en el que viviste aquello por primera vez. 
      Pero al final despiertas, te sacan a golpes de tu sueño holográfico, y vuelves a estar aquí; físicamente sí, pero mentalmente sigues allí,.... y lo estarás un rato más, y estarás paseando por esos pasillos, bajando esas escaleras, lo harás incluso más feliz que antes porque el peso físico no existe, la presión emocional tampoco. Y seguirás recogiendo, embalando, precintando, descolgando cuadros, envolviendo figuras... almacenando recuerdos.
     En ocasiones te verás secándote con una manga ennegrecida las lágrimas que se escapan tímidamente, esas que no quieren mostrarse, esas que lo dicen todo de ti.
     Otras veces creerás oír tu nombre, te girarás incluso; lo acompañarán risas, jolgorio, jaleo, ajetreo, prisas, sonidos de claxon; sentirás por tus manos el papel de regalo, sonreirás sin darte cuenta recordando la lucha con las marujas exigentes.
     Y otras muchas veces oirás el chasquido de una puerta sin pomo, el pitido de una falsa alarma, el caer desplomado al suelo de una bonita figura de resina o alabastro..... y en uno de esos ruidos regresarás aquí, al tiempo actual, te mesarás la cara y dudaras de por qué tanto sentimiento. Nunca lo comprenderás.

     Mientras intentas vivir con ello, rehacer tu vida, tirar para delante y olvidarlo todo; una pequeña parte de ti seguirá allí...
  
      .....guardando en una bolsa grandes cosas pequeñas, cosas que se querían perder pero tú no quisiste: unos rotuladores secos, unas perchas usadas o un cuadro con el marco hecho añicos y los cristales rotos.... como vuestro sueño.

                                                     Dedicado a los que, todavía hoy, son capaces
                                                     de sacar fuerzas y recomponer los trozos rotos.

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