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sábado, 29 de octubre de 2011

El silencio y su elegancia

     Se toma un zumo mientras hojea la portada del periódico, no es el que él lee habitualmente, pero le basta para hacerse una idea de lo que la mañana le ofrece. Mordisquea una tostada con tomate y aceite; lo hace de pie, sin pausa, no se permite relajarse desde tan temprano. Arroja el diario a la mesita del hall y coge las llaves de su coche, agarra el portafolios del trabajo, y palpándose el bolsillo delantero de la americana comprueba que lleva encima la documentación, abre la puerta principal y sale a enfrentarse a un día nuevo, otro día más.
     La mañana es soleada aunque algo fría, debería haber cogido alguna chaqueta de entretiempo, piensa, pero tal vez lo mejor del día sea esto, respirar el aire fresco de primeras horas, cuando el oxigeno no esta viciado aún por la polución de la ciudad; quitarse de una reconfortable tiritona la álgida temperatura corporal.
     Le gusta contemplar como por las mañanas el sol se precipita por los tejados de la casas colindantes, lo hace lento, pausado y persistente, lo hace en completo silencio. Eso es lo que más le agrada, observar como la jornada se viste despacio para él.
     En la entrada a su parcela, cerca de donde tiene su vehículo, crece un centenario árbol, ya estaba allí cuando heredó de sus antepasados la finca, en la cual más tarde, hizo su vivienda habitual. Es un olmo, o eso cree, lo cierto en que nunca se ha parado a pensar que tipo de árbol es ese que le acompaña desde los albores de sus recuerdos. Lo que sí observa y lo hace a diario, es contemplar como una pequeña bandada de pájaros anida en sus ramas, él cree que son familia, pero seguramente solo sean aves de la misma especie, que comparten, sin saberlo, algo más que las insignificantes ramas de un viejo olmo. El más madrugador de ellos posa marcial sobre la rama central, se picotea las alas por debajo mientras de reojo, atento, no le quita la vista de encima; aún llevando esta rutina durante varios años, el pequeño mirlo desconfía de todo y de todos; la monotonía del día a día no le vale para bajar la guardia, relajarse, sabe que si lo hace cualquiera puede arrebatarle algo de su homogénea vida.
     Sonríe cuando ve de nuevo al pajarillo frotarse la cabeza contra las alas, es signo de que vuelve a recuperar la calma, la confianza. El edil saca la llave del auto y cuando esta a punto de introducirla en la cerradura le viene un cambio de ánimo, un giro emocional; hoy irá andando. Le gusta su decisión, esta orgulloso de ella, así lo muestra tirando al aire y volviendo a recoger las llaves del X5 que hoy descansará en el porche de su jardín.
     Cuando se aleja por el otro lado de la cancela principal, se gira, y con gesto casi infantil y entusiasta, sabiendo de lo inesperado de su decisión final, hace un gesto con el dedo índice y pulgar imitando a una pistola, y señalando al mirlo, que ahora ya no le presta atención, emula un disparo que acompaña con un sonido gutural producido por la lengua y paladar ¡Nchiq!. , se guarda su pistola y lo que lleva en la otra en los bolsillos de la blazzer, sujetando con el antebrazo la carpeta laboral, mira al frente y desaparece cuesta arriba en dirección al centro de la ciudad, lo hace ante la inofensiva mirada inexpresiva del más pequeño de los pájaros, que asoma con curiosidad su diminuta cabecilla por el improvisado nido. 

     El paseo le resulta extraño, novedoso, sospechosamente plácido. Camina entre sus paisanos sin temor, no se aprecia el más mínimo rencor. La jornada ha comenzado como él creía, cada uno a sus quehaceres, a la asidua cotidianidad, sin enfrentamientos. Duda si tomarse un café antes de entrar al Consistorio. Tal vez sea demasiado precipitado, sobre todo hacerlo en una taberna, y aunque sabe que no ocurriría absolutamente nada lo ve como una provocación, totalmente evitable, de la democracia. Aún así la curiosidad le hace asomarse a una de ellas. No observa nada extraño, qué creía, que iba a haber una revuelta ....¡ingenuo pesimista!. Lo único que vio fue al camarero, un joven de treinta y pico de años, lustrando vasos y adecentando la vitrina donde más tarde se mostrarán la variedad exquisita de pintxos de la región. Lo que si apreció, o eso la pareció, fue la menor cantidad de enseñas y emblemas de la izquierda aberztxale, seguramente era una sensación subjetiva llena de deseos, pero le hizo sentirse fuerte, orgulloso....libre.
     Cuando llegó al recinto Municipal, tuvo la impresión de que tal vez el único que había decidido ir andando ese día era él. La gran cantidad de vehículos aparcados en el parking no era normal para un día totalmente ordinario, sin pleno alguno. Sus conductores se bajaban de ellos, con jocosas muecas de felicidad, algunos hacían referencia a la falta de experiencia o lo olvidada de ésta. Hoy los vehículos se quedarán esperando a sus dueños, no serán conducidos por los Hombres de negro y  gafas oscuras, de vuelta a un garaje seguro.

     Solo minutos más tarde está en su destino. Está contento,  alegre; más que otras veces. El paseo por las calles de la ciudad le ha llenado gratamente; ha disfrutado de sus gentes, su naturaleza inapreciable, su arquitectura e infraestructura, ha respirado el aire puro; pero sobre todo fuera del coche, alejado de la vorágine del trafico matinal y el estrés de la circulación. Ha disfrutado del silencio que le aporta el caminar solo, sin compañía, con el rayo soleado como único séquito en su aventura.
     Se emociona al pensarlo. Se estremece al evocar esa sosegada caminata, ese sereno camino, esa tranquilidad ciudadana.
     Adios al mutismo civil, adiós a la temida discrepancia, adiós a la diferente opinion, adiós al silencio cobarde. Bienvenido sea el nuevo silencio; el de la violencia, el de la extorsión, el de la muerte en vano. Bienvenido el bello silencio, el silencio de las armas.

    ...El Concejal se asoma por la ventana y repasa mentalmente la ruta de vuelta. Tiene un buen trecho por delante. No le importa; lo de hoy le ha parecido bueno, agradable, sano y útil, le ha parecido incluso elegante, como el silencio que le acompaña de regreso a casa.


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     La bombona de agua esta totalmente llena, la han debido de reponer hace poco, el relente en su exterior indica que tiene que estar muy fresquita. Gira el grifo de plástico y deposita debajo un vasito blanco de parafina, el ruido seco y hueco emite un diminuto eco en la sala de espera, después el gorgoteo. Mira alrededor con timidez, avergonzada por si ha molestado a alguien. Coge la bebida y pone rumbo a su sitio, al lado de su marido, le lleva un poco de agua también.
     La mañana se presentaba inestable, con pocos visos de solución alguna. Pero era el día clave, donde estaban puestas todas las esperanzas de futuro. Se pusieron sus abrigos y se encaminaron hacia la audiencia. Fuera les esperaba su abogado personal y el fiscal para darles las últimas instrucciones.
     Los acusados llegaron por la puerta trasera, escoltados, con bufandas y pañuelos en rostro. Manos esposadas a la espalda y empujones policiales. La lección bien aprendida, el discurso bien estudiado, la mentira en la mano, la vergüenza en el bolsillo y el delito en la balanza chancillera. 
     Eva, agarra fuertemente la mano de su marido, lo hace como si fuese la mano que le aferra en la caída por un acantilado. Suda, los nervios florecen a cada minuto que pasa, a cada instante que acorta el camino de la verdad. Antonio la estrecha contra él ofreciendo cobijo, protección; sabe que les va a hacer falta.
     Uno de los reos, el más menor, el que menos peso va a soportar de Astrea, el que más ha hablado, el que más se ha contradicho; se presenta con imagen renovada, con nueva apariencia, con  aires de grandeza. Parece olvidar su condición de imputado, su delito de encubrimiento, falso testimonio, obstrucción a la investigación, ocultar pruebas e información y la no colaboración con la justicia. Éste que lleva por nombre un reloj de pared. Se presenta en la sala con movimiento garboso, nada arrepentido, con la promesa de no cortarse su digna melena hasta que la resolución le sea favorable, está seguro de ella, sabe que los pasos y movimientos que ha hecho junto a su mediador darán frutos pronto.
     El Magistrado inicia la sesión. Se da paso a un caréo, un orquestado y escenificado enfrentamiento verbal entre el menor y otro de los estrategas mudos. Se producen varios flashes, se sacan varias instantáneas, se reproduce todo tipo de documento visual; de momento el sonoro no llega. Hasta ahora es más de lo mismo, idas y venidas, mentiras y verdades a medias, acusaciones y contradiciones, datos falsos, detalles escabrosos; puntualizaciones que ponen la carne de gallina a Eva y Antonio. Miradas huidizas, recogidas de pelo, dudas en la palabra, incluso, aveces, risitas.
     Los padres de Marta se hunden definitivamente. No encuentran salida a su pesadilla, su sufrimiento no descansa en paz, como tampoco lo hará su hija de momento. Antonio hace rato que abandonó la sala, está junto a sus familiares, poniendo orden en su cabeza, intentando dilucidar el siguiente paso. Al rato sale Eva, acaba de finalizar su declaración, el abogado le ha dado permiso para dejar el estrado. Se dirige fuera no sin antes clavarle la mirada el pequeño delincuente, a ese que ahora marca las dos en el cruce de miradas; una de odio, resignación e incomprensión; la otra de frialdad, apatía e ignorancia.
     Se reencuentra con su cónyuge, éste la abraza y con gesto poco esperanzador le pregunta con los ojos, "Qué, cómo ha ido". Eva se abalanza sobre su marido y llora desconsoladamente, impregna al momento su cazadora de piel de lágrimas secas, lágrimas vacías, lágrimas que ya no dicen nada, que nada esperan, lágrimas rotas, rotas por un silencio, por el silencio de unos adolescentes que decidieron jugar a buenos y malos, y ahora se esconden detrás de la verdad aconsejados por un abogado que les dicta la pauta, los pasos que deben dar, la consigna de la que no se deben salir; silencio.
      El bello y salvador silencio, ese que les hará libres, ese con el que el crimen quedara impune, elegante.

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