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martes, 29 de marzo de 2011

Sigo envenenaó

     Siguiendo con la entrada anterior, me referiré ahora a la archiconocida y odiada por media España: La choni de barrio, la cornuda de paracuellos, la exiliada de ambiciones, la churri del camarero de San Blas, la de las sartenes, las de los zapatos de letizia, la siliconada del todo a cien, la operada por el Dr. Nick, la de los párpados saposos, la de las lágrimas, la de la caja inédita deluxe, la de la no nombrada Andreita, la del acoso del menor, la del torero, la de los 13 años; que se dice pronto de contar la misma historia, pero no la suya, no, la de todos los que la rodeaban en aquel entonces. La Princesa del Lodo; porque ya huele. Ella dice que no habla de su hija, que si lo hace es porque otros la mientan, que no habla del torero a no ser que él no lo haga primero. Pero la realidad es que día tras día vemos en la pequeña pantalla cómo se desahoga y se esfuerza porque ese pequeño gran filón no desaparezca, aunque para eso tenga que vender poco a poco, trocito a trocito a su hija y al ya denostado padre. No hay día, hora o minuto, que por su boca, con razón o no, salga el mismo nombre, el mismo argumento, con el mismo objetivo. Tengo la curiosidad de saber cómo debe de sentirse la pequeña Andreita cuando cada día, por una causa u otra, su persona salga a la palestra, una palestra cuya única protagonista es su madre. Cómo sobrelleva las continuas citas a ella y su padre, y cómo llevara esto en su día a día. El sentirse a cada hora señalada con el dedo de cualquiera y saber que ese anónimo conoce cada detalle de su vida, cada porción de su pasado, cada miseria de su presente; y sabe que le puede hacer daño, porque ante esa desnuded íntima se siente indefensa, desprotegida. No tiene a nadie que la defienda de esa imparable tormenta de comentarios que se cierne sobre ella, no; su padre esta lejos o no esta y su madre aunque cerca, se preocupa para cada día alejarla más de si misma a golpe de exclusiva, a golpe de grito, a golpe de lágrima, a golpe de reescribir el pasado, a golpe de párpados, con la única vitamina de un polígrafo un bolso y un cheque en blanco, tan blanco y vació como la privacidad de su hija, una menor. Pero Belén no es tonta y lo sabe, que el día que no hable de su hija MUE-RE.

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